EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 3 | LITERATURA |
UNIVERSALES
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CELSO ORTIZ
RODRÍGUEZ Alhameño vinculado íntimamente al mundo cultural almeriense. Licenciado en Derecho, técnico de la Administración del Estado. Profesor de Derecho Natural en la sede de la UNED de Almería. Asiduo colaborador con sus artículos en la prensa local y regional. Es autor de la obra de teatro "Comedias Gráficas" publicada por el Instituto de Estudios Almerienses de la Diputación Provincial de Almería. Ha sido durante varios años Presidente del Ateneo y Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Almería. |
En cada época
hay determinados conceptos, incontestables, que no se pueden poner en tela de
juicio sin el peligro de ser anatemizado. Tales conceptos, a veces, son impuestos
por un sector dominante de la opinión pública, y, por mimetismo, o por no ser
menos, el concepto en cuestión es asumido por la generalidad, sin plantearse
hacer el mínimo análisis sobre su verificabilidad. Hoy vivimos una exaltación
de los nacionalismos en España que nos viene de las zonas más prósperas de la
Península y, como es condición humana la tendencia a imitar a los que más tienen,
las demás regiones se han contagiado del fenómeno nacionalista aunque no sea
nada más que por el agravio comparativo que sienten frente a los territorios
que, en la historia más reciente, han venido considerándose las demarcaciones
más ricas de España.
Por eso hoy
no son pocos los que se obstinan en no ver más allá del horizonte que marcan
las fronteras que delimitan un territorio al que se le atribuye vida propia,
o naturaleza propia, como si de un cuerpo orgánico se tratara, al que le dañara,
cualquier intromisión que venga del exterior. De ahí que, lo que se presenta
como amor patrio, termine, a veces, convirtiéndose en pura fobia lo extraño.
Diga esto
porque, cuando se me invitó a escribir para una revista de Alhama, mi pueblo,
por contraste, lo primero que se me vino a la cabeza es esa forma de ser de
su gente, que sin dejar de ser alhameños, están dotados de una capacidad de
adaptacion y tolerancia propia de los más sabios y, donde te encuentres a un
paisano, que los hay por donde vayas, lo verás dominando la situación, como
si la frontera de las Piedras del Conjuro se estirase igual que un elástico
hasta donde cada uno se las quiera llevar, para que, en cualquier parte, pueda
sentirse como en su casa. Eso es de ser listos. Y en este punto no hay más remedio
que recordar, una vez más, a Don Nicolás Salmerón, asiduo visitante, según cuentan,
de ese singular paraje, alhameño con horizontes tan amplios como hasta donde
alcanzaban sus sueños, y Don Nicolás era un hombre con mucho alcance. Como los
grandes. Como los que no tienen fronteras. No hay nada más que leer a Shakespeare,
que lo mismo se sitúa y nos sitúa en la Corte de Dinamarca que en el Carnaval
de Venecia, como si el Mundo le perteneciera. O a Séneca para el que la patria
era cualquier sitio en donde uno está bien.
Y es que el
mundo del arte, y más concretamente la literatura, no se lleva bien con el corsé
de un nacionalismo ramplón. Pero no es necesario remontarnos a los eternos universales.
Hoy quiero mencionar a cuatro escritores vivos, tres españoles y uno italiano,
de los que, entre otros valores, me ha interesado la superación que experimentan
en sus novelas, de cualquier atisbo de sentimiento patrio, no por que renieguen
de ello, sino porque su patria, al menos para cultivar el arte de escribir,
no tiene fronteras. Preciso es también afirmar que, cada uno de ellos parte
de planteamientos completamente diferentes y como no encuentro otra razón para
establecer un orden de prelación entre ellos, los voy a citar según el orden
cronológico que ocupan en mi recuerdo en función de la fecha en la que leí su
obra, empezando por el más reciente que es, precisamente, el italiano.
Se trata de
Antonio Tabucchi. En su magnífica novela "Sostiene Pereira" se sitúa
en el corazón de Lisboa, durante la opresiva dictadura de Salazar, y describe
a Portugal con tanto sentimiento como lo pudiera hacer el mismo Pessoa. El protagonista
es un viejo periodista, portugués de pura cepa, que vive su propia revolución
interior, contagiado, primero por las inquietudes, después por el comportamiento
activo, de un joven periodista italiano que, junto a su novia, lucha contra
el totalitarismo que se respira en Italia y que empieza a invadir a Europa.
A lo largo de la historia, desde las primeras páginas hasta el final, de telón
de fondo, subyace la tragedia que se está viviendo en España con el alzamiento
de un fascismo que avanza y que golpea como un martillo sobre las libertades
que los españoles, democráticamente, conquistaron en la Segunda República. Con
una maestría suprema Antonio Tabucchi habla de sentimientos que son universales.
Como una clara muestra de que las diferencias no las marca el trazado de una
raya en el mapa, relaciona personajes que desde distinta procedencia geográfica,
pertenecen a la misma especie. La de los hombres que luchan por la libertad.
El segundo
de los autores que voy a citar es Javier Marías, y las razones que me llevan
a ello, son completamente distintas. A Marías se le ha acusado, no sé por qué
motivo, como a un escritor con pretensiones anglófilas, frío, alejado de las
fuentes de nuestra literatura tradicional. Pues bien, yo no sé si tales acusaciones
son justas o injustas, pero en cualquiera de los casos, lo que sí es cierto
es que la obra de Javier Marías, está desprovista de costumbrismos añejos y
que, por lo que quiera que sea, su novela "Corazón tan Blanco", está
batiendo récord en Europa. El argumento es un cruce de reflexiones sobre el
amor y el desamor, el crimen, la sospecha, la duda y, sobre todo, el secreto,
la ventaja de no descubrir lo que no se conoce, de no saber lo que no se quiere
saber. La acción se desarrolla entre Madrid, Ginebra y Nueva-York con una incursión
anecdótica en La Habana. El protagonista, que narra en primera persona, nacido
en España, es un ciudadano del mundo con una profesión centrípeta, ya que su
trabajo de traductor e intérprete, está al servicio del acercamiento entre los
que no se entienden. Con esos ingredientes Javier Marías es el autor español
más leído en Alemania y uno de los más prestigiados en la última feria de Francfort.
Si
los escritores a los que acabo de hacer referencia se sitúan al margen de posiciones
patriotas, de una forma tácita, no ocurre igual con el que voy a citar a continuación
que practica un antinacionalismo militante. Se trata del escritor y filósofo
Fernando Sabater que, precisamente acaba de publicar un libro con un título
suficientemente expresivo como para catalogar el posicionamiento de su autor:
"Contra las Patrias". Con ese título tan elocuente, resulta fácil
deducir que su contenido es una crónica contra tanto "hecho diferencial"
como ha surgido en la España de los últimos tiempos. Pero hoy no me voy a referir
a ese libro de reciente aparición sino a una novela que, el entretenimiento,
es la mejor de las virtudes que un libro puede tener. Se trata de "El Jardín
de las Dudas". En esta novela, genial, Sabater rompe todas las ataduras
que lo pudieran condicionar y tiene la valentía de meterse en la piel de los
protagonistas de la historia que son, nada más y nada menos que el mismísimo
Voltaire y una dama francesa afincada en el Madrid Del Siglo XVIII, con la que
el prohombre se cartea. El libro es un recorrido por la Europa de la Ilustración,
de labios del propio Voltaire que, en los últimos años de su vida, cuenta sus
experiencias a su fiel amiga que, a su vez, le describe una España dieciochesca
repleta de prejuicios y ñoñerías clericales. Sabater le da al relato un tratamiento
epistolar que llega a confundir a distinguir si las cartas son invento del autor
u originales del personaje histórico que se confiesa en el libro. La idea de
Europa se percibe en cada una de las páginas y la diversión, para el lector,
está garantizada.
Por último
voy a referirme al caso insólito de un escritor, casi paisano, que tuvo que
romper barreras por auténtica
necesidad. Se trata del dramaturgo y novelista natural
de Enix, Agustín Gómez Arcos que, para alcanzar el éxito que su patria le negó,
tuvo que tomar el camino del exilio y hasta renunciar a su lengua materna para
ser reconocido. Agustín, como he dicho, nació en Enix, sus primeros años los
dedica al pastoreo, pero, como el niño promete, cuando sus padres se trasladan
a Almería, él comienza sus estudios de bachillerato en el Instituto "Nicolás
Salmerón y Alonso". No sólo destaca en los estudios, sino que participa
en cuantas actividades se programan en el Centro, sintiendo una especial predilección
por el Teatro. De Almería se traslada a Barcelona con la esperanza de desarrollar
su vocación y, de allí, a Madrid donde, por fin, no sin dificultades, consigue
destacar como dramaturgo obteniendo el "Lope de Vega", que es el premio
de teatro más prestigioso del país. Pero, no obstante, los obstáculos que, por
razones de censura, encuentra para estrenar, en España, "Diálogos de la
Herejía", su obra galardonada, le hacen partir a probar fortuna en otras
tierras donde una obra literaria creada por y para la libertad, tenga mejor
trato. ¡Y será en Francia donde, Agustín, adaptándose hasta el extremo de asimilar
la lengua francesa como si fuera la suya propia, con sus novelas, escritas en
francés, consigue el reconocimiento y el éxito que su tierra y su lengua le
negaron! "Hoy día, Agustín Gómez Arcos, natural de Enix, está considerado
como uno de los más acreditados narradores vivos en lengua francesa". En
cuatro ocasiones ha sido finalista del premio Concourt y, lamentablemente, su
narrativa en nuestro país es prácticamente desconocida ya que, salvo alguna
excepción, sus novelas no han sido traducidas a nuestro idioma. He tenido el
privilegio de charlar con él en varias ocasiones y, por lo que, alguna vez,
me ha comentado, difícil lo tenemos los españoles que sentimos el deseo de conocer
"L’agneau carnivore", "María Republicana" o "Scene
de chase furtive), por citar algunas de sus novelas más reconocidas, porque,
de momento, Agustín prefiere enfrascarse en la creación de una nueva novela
utilizando el idioma del país que tan bien lo ha acogido, antes que dedicar
el tiempo a traducir sus propias obras al castellano. Autoexiliado por necesidad,
cuando otros cifran su propia identidad en la lengua que llaman materna, Agustín,
que aún conserva el aspecto de un niño travieso, trasgresor en permanente acto
de servicio, parece que quisiera vengarse del idioma en el que no pudo expresarse
cuando creyó que ese idioma, el español, era su propio idioma.