EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 2 | ARTESANÍA POPULAR |
Como Rosquillas para el Chocolate.
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El pan. A
los niños de los cuarenta /cincuenta nos solían despachar las madres a la calle, a la hora de la merienda, con un pedazo de pan. Pan con aceite o con una minúscula porción de engañifa: dos dedos de embutido, una rajita de queso, una onza de chocolate... |
Cuando, por algún misterioso
motivo, la ración de chocolate era doble, dos onzas, le llamábamos "unas
gafas", tan contentos nosotros. Y eso que lo que vendían entonces con el
nombre de chocolate eran unas tabletas duras y terrosas a las que costaba hincarle
el diente y eso que teníamos la dentadura como muela de molino. Cuando conseguías
arrancar el bocado, se desmoronaba como arena. Algunos malpensados decían que
aquellas tabletas de sedicente chocolate estaban hechas a base de algarrobas
molidas o de cosas peores.
El pan. El
pan no sólo era la base de toda merienda, sino el complemento indispensable
de toda comida, el que llenaba los huecos de los estómagos, el que acallaba
las demandas de los potentes sistemas digestivos ignorantes aún de triglicéridos,
colesteroles y grasas poliinsaturadas.
-Niño, no comas sin pan
que te va a sentar mal la comida.
Pan en hogazas grandes o
pequeñas (libretas), de miga abundante y corteza dorada. El pan era "la
gracia de Dios". Antes de cortarlo, el cabeza de familia, apoyándoselo
en el pecho, le señalaba una cruz en el dorso con el cuchillo. Si se te caía
al suelo tenías que soplarle y darle un beso antes de volver a comer de él.
Proceso de elaboración de las famosas rosquillas
Algunos días, el panadero
de la esquina hacía, con la misma masa del pan, unas rosquillas alargadas en
forma de arco de violín que, por sinécdoque, se llamaban violines. Nada, caprichos
de artesano o melindres de alguna vieja señorita del vecindario que no digería
bien o que cuidaba la línea. (La mayoría no tenía línea que cuidar o, mejor
dicho, tenía la preocupación de engrosarla un poco por si venía alguna enfermedad
-Dios no lo permita- o alguna racha de aun menos suministros alimentarios).
Y de pronto, un día, a mediados
de los sesenta, un familiar, viajero o viajante, apareció con unos violines
finísimos, cuscurrientes, con un cierto sabor al pan de aceite que se hacía sólo
en fechas muy señaladas como Navidad o Semana Santa. Habíamos entablado contacto
con las rosquillas de Alhama. Una cosa. Etéreas, crujientes, suaves, se comían
solas.
-Niño, déjate de galgerías
y come pan, que te va a sentar mal la comida.
Caprichos de artesano, ya
digo, o melindres de alguna vieja señorita, etcétera.
Han pasado algunos años,
demasiado rápido pero esa es otra historia, y las rosquillas de Alhama disfrutan
de un sólido prestigio, pero también de una amplia y lógica competencia: colines,
picos, regañás... y rosquillas de similar aspecto que tratan de aprovechar el
éxito de las alhameñas. La dietética ha puesto de moda ese tipo de pan sin miga,
craso error. Un kilo de colines tiene más calorías que un kilo de pan, por la
sencilla razón de que tiene menos agua por haberse cocido mucho más. La cuestión
no es, como en el viejo chiste, ¿qué pesa más un kilo de colines o un kilo de
pan?, sino ¿qué engorda más? Pues, sí señores y señoras a dieta, engorda más
un kilo de colines o de rosquillas, qué le vamos a hacer.
Lo que debería ser el motivo
principal para su consumo es que están muy ricas. Lo crujiente está de moda
en el mundo de la gastronomía: los rebozados andaluces, las verduras al dente,
los fritos de cualquier cosa que se ponga al alcance del fogón.
Y dentro de esta familia
de panes crujientes, la rosquilla de Alhama mantiene la primacía por la pureza
de su fórmula en la figura el glorioso aceite de oliva. No han caído en la fácil
tentación de sustituirlo por aceites de semillas o por ese brumoso epígrafe
de "grasas vegetales". Siguen incólumes con su lujoso aceite andaluz.
Y sin aditivos más o menos naturales o artificiales. Harina de trigo, sal, levadura
y aceite de oliva. Y agua para amasar. Aunque los orígenes de las Rosquillas
de Alhama se remontan a 30 años antes, la elaboración se hace desde 1971 en
una fábrica con todas las de la ley, pero mantienen el mimo artesanal y la fórmula
prístina.
Es cosa de
comérselas con cualquier excusa, incluso solas en plan "stick".
Ahora, como a mí me chiflan es mojadas en el tazón de café con leche, o con
queso fresco, con fiambres finos, con la ensaladilla rusa, y -ancestrales remembranzas
infantiles- con un par de onzas de chocolate, placenteras gafas de mirar la
vida con ojos de niño que juega al chinche monete sin "linguirse",
aunque ganas dan de vez en cuando, no vayan a creer.