EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 25 Nicolás Salmerón y Alonso, 1908-2008
 

Nicolás Salmerón en el

ATENEO DE MADRID

José Siles Artés
Catedrático y escritor. Autor de novelas, libros de cuentos y de poesía.
Tiene publicados más de cuarenta títulos. Socio de Ateneo de Madrid donde participa con regularidad en la Tertulia de Escritores y Lectores de esta institución.

En la famosa Galería de Retratos del Ateneo de Madrid, en la fila inferior y junto a una de las puertas de acceso a la sala de reunión y tertulia, popularmente conocida como "La Cacharrería", cuelga el retrato de Salmerón {sic), primero de una fila en la que siguen Joaquín Costa, Rafael M. Labra, Quimera, Rafael Montoro, J. Vilanova, Barzanallana, Calderón, Vázquez de Mella y Roso de Luna.

Está pues don Nicolás Salmerón y Alonso muy visible, con barba boscosa, entradas, mandíbula robusta y ojos de mirar intenso, magnético. No consta ni el nombre del pintor ni fecha alguna, y escuetamente su primer apellido, como en otros de sus acompañantes.

Sabemos sin embargo que el pintor fue D. M. Pineda, según ha dejado constancia Rafael María de Labra en su libro fundamental para la historia del Ateneo, El Ateneo de Madrid. Sus orígenes desenvolvimiento. Representación y Porvenir (1878).

En su citado libro, Labra explica que la Galería de Retratos se inició en 1868 con los presidentes hasta entonces, enriqueciéndose a continuación con los retratos de todos los socios ilustres.

Los años cincuenta y sesenta del siglo diecinueve constituyen una época de fermentación de ideas políticas iconoclastas y choque entre éstas y las ortodoxas, que encuentran en el Ateneo un palenque perfecto. Labra rememora así el apasionado ambiente de aquella institución:

"¡Y la prensa se hacía lenguas de los grandes debates de la sección de Ciencias morales y políticas, donde aparecían Moreno Nieto, Nicolás Salmerón, Joaquín Sanromá, Segismundo Moret, Tristán Medina, Gabriel Rodríguez, Carballo, Bugallal, Fabié, Canalejas, Descarrete, Echegaray, Balart, Jiménez... nombres todos nuevos, hijos todos del movimiento político e intelectual " que siguió a la Revolución del 54! ¡Y la cátedra resplandecía con Rivera y con Castelar anunciando la buena nueva, mientras Berzosa rechazando el germanismo filosófico y Galiano volviendo los ojos a la aristocrática Albion, mantenían desde ella la tradición (90) del Renacimiento de 1836 que se desvanecía ante ideales más ricos y esplendorosos!"

Nacido en 1837, el Nicolás Salmerón a que alude Labra debía tener de treinta y cinco a cuarenta años, aún en posesión del pleno brío de la juventud.
Aquel era todavía el Ateneo romántico, el de la juventud de Nicolás Salmerón, que estuvo ubicado en la calle de la Montera 22, hasta pasar en 1884 a su actual sede de Prado, 21.

Allí, en el salón que llamaban el Senado, figuraba ya el retrato de Salmerón, según consigna el periodista Conrado Solsona quien, con aguda y minuciosa mirada nos ha dejado una chisposa descripción de la que se vendría en llamar Docta Casa, en su librito Notas humorísticas (1882).

Solsona, por otra parte, tuvo el acierto-y el talento-de describir por fuera y por dentro a los grandes oradores de su época en otro libro: Semblanzas de políticos( 1887). Uno de ellos es precisamente Salmerón.
Solsona ve a don Nicolás con pupila poco simpática, creo yo, pero sí penetrante, realista y no carente de sinceridad:

"Figuraos un hombre de apostura grave é imponente y al mismo tiempo de perfecciones verticales desde el tercio segundo de la columna hasta abajo; figuraos la espalda cargada y subida, la cabeza asomada a los hombros, el cuello corto y ancho, la tez soleada, la calvicie rojiza, las barbas oscuras y el paso largo, como el de Ótelo en la ópera y el de Raoul en los Hugonotes; figuraos un hombre de mucha vida, de mucha luz en la mirada, penetrante y avasalladora, y que ha modelado en otra época y en otro tiempo aquella estatura que pide ropas talares y amplísimas; figuraos el cuerpo más rebelde al uniforme de la civilización europea, sometido a la tijera de algún sastre monárquico libre-cambista y católico, que aborrece al parroquiano por demagogo y ateo y no le corta de buena fe ni la levita ni el traje; figuraos una cortesía efusiva, una mano enguantada de otra estación que la que corre, una voz afinada y puesta en música con más notas que el canto llano; y por último, figuraos un gran magnate en la corte de los magníficos omniadas cordobeses con chaquet de cuatro botones y sombrero de copa, y tendréis delante, a caballo en la nariz y metido en el pensamiento, a D. Nicolás Salmerón y Alonso, el catedrático, el filósofo, el político y el orador".

"...un hombre de mucha vida, de mucha luz en la mirada, penetrante y avasalladora...", que habría visto y oído, y quizá hasta tratado el cronista.

Pero no parece que lo tratara Juan Ramón Jiménez, quien sin embargo queda también encandilado por los ojos de Salmerón de la manera que refiere en su libro, Españoles de tres mundos (1942), extraordinaria colección de semblanzas por su fondo y por su forma. Lleva la fecha de 1908 la correspondiente a Salmerón, lo que hace pensar que la escribió con motivo de su muerte (cual este artículo se encuadra en un homenaje al centenario del mismo acontecimiento):

"Unos ojos dilatados (neto contraste, recorte de esclerótica y pupila), saltantes, fijos; convexos proyectores azabache de radiación extrahumana. Ojos un poco de otra raza, mejor especie, acaso indos; de los primeros ojos preocupados, concienzudos, "modernos", que nos da la fotografía pública de España. Y uno piensa en Nicolás Salmerón, por estos ojos imanes (hoy en sellos verdes de correo, a la par de tal innombrable, ¡posteridad!), como en el español más absorto en el positivismo poético de su tiempo; introductor de filosofía alemana y francesa, internador de libros superiores, acoplador en su palabra hablada y escrita, difícil empresa, de la palabra filosófica última de otros dos idiomas, tan diferentes las tres en tamaño y sonido internos y externos: krausista, comtiano, "monista", en fin, cuenta propia. Luis Siamrro, el doctor inolvidable, solía decirme que Nicolás Salmerón tallaba, esculpía, al hablar, su pensamiento...""... yo niño lo vi vivo o sobrevivo, figura terrible de cera de aquella larga barraca, tren anclado de lona en la Cinta de Huelva..."

Los retratos de la Galería del Ateneo están distribuidos en tres lienzos de pared. En el costado junto a la escalera podemos ver a prohombres del siglo XX: Azorín, Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, José Calvo Sotelo, Ramón Gómez de la Serna, Buñuel, Severo Ochoa, Camilo José Cela, Lauro Olmo. Encabezando un pequeño grupo, doña Emilia Pardo Bazán, la primera mujer que ingresó en el Ateneo y cuya admisión ocasionó viva disensión. Al visitante esta parte de la exposición le suele causar una sensación de familiaridad, de cordial reconocimiento de rostros vistos durante muchos años en los libros, en la prensa y en la televisión.

En la banda que es espalda del Salón de Actos se pueden contemplar retratos de presidentes de la Docta Casa desde el inicio de la democracia, como Fernando Chueca Goitia (1982-1984), César Navarro (1984-1987) y José Prat García (1987-1994). Puede que a quien más digan estos rostros sea a los socios del Ateneo testigos de sus vicisitudes recientes, de su siempre conflictiva trayectoria, condicionada por ideologías más o menos encubiertas.

En el testero de enfrente, ya aludido por referencia a Salmerón, están alineados los retratos de personajes decimonónicos y alguno a caballo del siglo diecinueve y veinte. No los conocimos en vida; nos han llegado -los más eminentes- por referencias librescas, fichas en la memoria del estudio.

Es la zona más misteriosa de la Galería de Retratos, con nombres que en su mayoría ya sólo conocen los muy versados en la época, que nada dicen a la gente en general. La severa vestimenta, algún uniforme, alguna condecoración, nos están claramente advirtiendo que fueron personas relevantes en su tiempo.

Es el sector de la Galería que mira hacia la escalera central y hacia la entrada del edificio, de manera que el visitante lo encara necesariamente. Los retratados salen al encuentro del que llega, como reclamando atención y ansiosos de contactar con el mundo real, tangible y vivo.

Nos sobrecogen sus fijas miradas y nos inquietan sus mudas voces reivindicando sus hechos: yo existí, yo presidí, yo decidí, escribí, pinté, luché, goberné, pensé.

La Galería de Retratos del Ateneo de Madrid no es en realidad una estancia aparte, diferenciada, sino un amplio y largo pasillo, cuyas paredes, a ambos lados, han sido aprovechadas para exponer los cuadros, frente a los cuales los socios y los visitantes pasan y repasan inevitablemente, y por muy asiduo que se sea de la casa, tengo para mí, la presencia de los mudos, insignes semblantes, de alguna manera gravitan en el subconsciente, imponen.

Unos fueron copiados por el pincel en su época de esplendor físico y anímico. Se nota en la firmeza de los rasgos y en la autosuficiencia del gesto. A otros se les ve claramente tocados por la garra de los años, la mirada hundida en el tiempo irrepetible.

No la mirada de Nicolás Salmerón; sus ojos despiden la indesmayable resolución del maestro, del pensador misionero consagrado a esparcir la buena nueva, como dice Rafael María de Labra. La "oye" cualquiera que se pare ante su retrato del Ateneo de Madrid.

Mientras preparaba este artículo lo he mirado varias veces.
-¿Por qué me mira usted tanto?
-Don Nicolás, es que es el centenario de su fallecimiento.
-¿Ya? ¡Cómo pasa el tiempo!
-Me han encargado un artículo sobre su vinculación al Ateneo.
-Me hice socio muy joven. ¡Qué buena escuela de oratoria!
-Y tenía usted el número 2.148.
-En efecto. Y dígame, ¿en dónde se va a publicar su artículo?
-En El Eco de Alhama.
-¡Ah, entrañable título!
-Yo quisiera hacerle una pregunta, don Nicolás.
-Usted dirá.
-¿No cree usted, don Nicolás, que muchas de las ideas por las que luchó con tanta inteligencia y valor están ya realizadas?
-Sin duda, sin duda. Se ha avanzado mucho, pero hay grandes sectores de la población que no han terminado de asimilar el significado del término democracia. ¿No le parece?
-Está a la vista.
-Hace falta más pedagogía social y más profunda. Dígalo en su artículo.
-Dicho queda, don Nicolás.