EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 25 | Nicolás Salmerón y Alonso, 1908-2008 |
Don Nicolás Salmerón y su "Sobrino de Berja"José Luís Ruz Márquez Leí una vez que el Emperador del Japón había declarado a un viejo lacador, maestro de varias generaciones, tesoro viviente de la nación y pensé: sólo un oriental puede crear un título tan sensible como este para premiar la dedicación a un arte y, sobre todo, al afán por transmitirlo. No pocas veces he creído hallarme ante personas "tesoros vivientes" de muchas facetas de la transmisión. Una de ellas ante don Antonio Salmerón Pellón, (1882-1975) ilustre virgitano al que tuve el placer de oír relatos de su existencia larga e intensa. Bastaba con apuntar, con prender el cabillo de cualquier hilo para que don Antonio desmadejara todo el ovillo de un tema con infinita amenidad, ingenio y gracia. La hazaña de su suegro siendo estudiante de Medicina en Madrid, salvador de un niño que se adentraba sobre la superficie helada del estanque de El Retiro detrás de las monedas que le arrojaban unos, más que mayores, malvados. Sus viajes de estudiante a lomos de muías atravesando la sierra desde Berja camino de Granada, con encuentro con auténticos bandoleros que encargaban al cosario que a la vuelta les trajera unas libras de chocolate... Unos eran relatos de su entorno cercano y otros, los más, de situaciones por él vividas. Por razones obvias -y dado los tiempos que corrían- a sus experiencias políticas no solía recurrir, aunque en contadas ocasiones daba algún apunte, evocaba alguna de sus actuaciones tales como los discursos con los que él mismo, en tiempos de la I Guerra Mundial, inflamó y levantó en sonada huelga a los panaderos de su pueblo, evocaciones en las que don Antonio siempre dejaba entrever su republicanismo y la admiración por sus prohombres. Ahora que se cumple el primer centenario de la muerte del presidente de la I República don Nicolás Salmerón y Alonso, me viene a la memoria una anécdota que me contó en varias ocasiones y que siempre oí con la misma satisfacción del que relee un libro apreciado o vuelve a ver la película que le impactó. Y es que llegó don Antonio para estudiar peritaje industrial a la escuela de Tarrasa. Su simpatía y su capacidad comunicativa, pronto le hicieron popular entre los alumnos, quienes, al conocer su condición de almeriense y ver como compartían apellido, no tardaron en hacerle sobrino de don Nicolás. Él, halagado, se dejaba querer y a las preguntas que sobre su parentesco le hacían en vez de negarlo unas veces fantaseaba y otras sonreía con cierto aire cómplice lo que acabó por confirmarle como sobrino "de verdad" del celebre procer alhameño con el que ningún lazo familiar le unía y al que ni siquiera conocía. Así vivió el joven don Antonio una larga temporada, feliz "sobrino" del notabilísimo político, entre alumnos y profesores, hasta que de sopetón una noticia le despertó de aquella fantasía: en un par de días don Nicolás Salmerón en persona, en carne y hueso, iba como diputado a girar una visita a la escuela donde sería solemnemente recibido por el claustro y el alumnado en pleno. Se le vino el cielo encima. La sola idea de verse descubierto delante de sus profesores y compañeros le angustiaba, no veía el modo de salir del atolladero en que su ingenuidad y su vanagloria le habían metido. Pensó huir, ponerse "enfermo", "enfermar" a un familiar, cualquier cosa con tal de evitar aquel trance. Aquella noche fue incapaz de conciliar el sueño; no paró de dar vueltas y vueltas al colchón y a la cabeza, en busca de una solución. A la mañana siguiente se presentó en el domicilio de "su tío" en Barcelona, y solicitó verle anunciándose como sobrino carnal de don Francisco Salmerón Lucas -y esto sí era verdad- un abogado que había sido pasante de don Francisco, hermano de don Nicolás y ex-diputado por Almería. Le mandó subir Salmerón, le invitó a café, se interesó por sus estudios, le trató con simpatía y aunque oyó sorprendido la confesión del entuerto, nada dijo, por lo que nuestro don Antonio salió de aquella visita con una sensación agridulce que también se encargó de quitarle el sueño aquella noche. Y llegó el día siguiente. La escuela de gala. Los alumnos en formación y en la primera fila habían colocado -como no podía ser de otro modo como "sobrino" que era- un don Antonio a quien le tiemblan el alma y las piernas. Aferrado a la esperanza de que cualquier suceso suspendiera la visita andaba cuando la llegada de la comitiva le rompe el jarro de aquella ilusión. Don Nicolás saluda al director y a los profesores y cuando con ellos inicia el camino hacia el salón de actos detiene levemente el paso, se gira hacia nuestro sufridor y mientras le sonríe leda dos palmaditas en el carrillo. Así, con este sencillo gesto, con este guiño de complicidad, convirtió Salmerón en su "sobrino" para toda la vida, al menos académica, a don Antonio Salmerón Pellón, tesoro viviente de la memoria para cuantos tuvimos la suerte y el gozo de oír sus relatos. |